MNCT 994 – Sandy Hook, Umpqua, y lo una persona puede hacer
“La esperanza es esa cosa alada que se posa en el alma – y canta canciones sin palabras – y nunca se detiene.”
– Emily Dickinson
Estuve enseñando en el Reino Unido este fin de semana y me puse a buscar entre mis viejos artículos del Huffington Post para ver si encontraba algo digno de reciclar para el tip de esta semana. Para mi desaliento, me topé con un artículo que escribí el día después de la muerte de 26 personas en la primaria Sandy Hook, en diciembre del 2012. Según el periódico Guardian, desde entonces ha habido 933 tiroteos masivos en EEUU. Quizá realmente es como dijo el presidente Barack Obama después del tiroteo de esta semana en la Universidad de Umpqua, en Oregón, “Nuestras plegarias no son suficientes.”
Y sin embargo, ante el horror y el escándalo que vienen después de los hechos, en la inevitable reacción y el posterior entumecimiento emocional que trae el ciclo de 24 horas de noticias al respecto, seguiremos teniendo una opción. ¿Nos rendimos a la desesperanza y el enojo de nuestro temeroso pensamiento, o buscamos ser guiados por la esperanza y el amor de la pequeña voz interior de la compasión?
Desearía tener que reescribir este artículo de alguna manera – actualizarlo para hacerlo más “actual”. Pero he decidido volver a publicarlo exactamente como lo escribí hace casi tres años…
En mis 12 años de escribir artículos, sólo he escogido escribir acerca de hechos de actualidad en dos ocasiones. La primera fue el 11 de septiembre de 2001. La segunda es hoy.
Los trágicos asesinatos del viernes pasado en la Escuela Primaria Sandy Hook tienen el potencial de hacer de este mundo algo mejor, porque traen consigo preguntas importantes acerca de nuestra conciencia personal y global. Cómo contestemos a estas preguntas — personalmente, a nivel familiar, como comunidad global — dependerá enteramente de qué tan profundamente estemos dispuestos a buscar dentro de nosotros mismos las respuestas.
¿Cómo equilibramos nuestra seguridad personal y nuestra libertad dentro de la sociedad en que vivimos? ¿Cómo respondemos cuando la muerte golpea cerca de nosotros y el miedo y el enojo llenan nuestras mentes y nuestros corazones? Y quizá la más importante de todas, ¿cómo lidiamos con la posibilidad completa, irrestricta, de la vida, que siempre incluirá lo esperado y lo inesperado, lo trágico y lo cómico, las cosas que queremos que sucedan y las cosas que daríamos cualquier cosa por evitar si pudiésemos?
Si bien no pretendo tener las respuestas “correctas”, sí creo poder apuntar hacia el espacio del cual surgirán las mejores de ellas. Pero más significativamente, creo que puedo apuntar a una pregunta más importante, una con la que nos enfrentamos cada momento de cada día:
¿Cuáles pensamientos, de los que nos vienen a la mente, actuaremos, y cuáles simplemente dejaremos pasar para hacer espacio para algo nuevo?
Ignoro si todos los padres que escucharon la noticia sobre este tiroteo pasaron tiempo pensando “¿Y si fuese mi hijo?” — pero yo lo hice, y mi esposa lo hizo, y todo padre con quien he hablado desde entonces lo hizo. Y puesto que la naturaleza del pensamiento es que sentimos lo que pensamos, todos hemos experimentado un sentimiento de tristeza y pérdida, de miedo de lo que hubiera podido ser y de lo que pueda venir, de compasión por aquellos que perdieron a sus hijos ese día, de gratitud por nuestros propios hijos y un deseo de abrazarlos y no soltarlos nunca.
Si fuésemos víctimas de nuestro pensamiento, estaríamos condenados a vivir a merced de dichos pensamientos, viviendo con miedo y confusión y enojo y desesperación. Parecería que al sentirnos enojados o asustados deberíamos hacer algo al respecto, algo para contraatacar la aparente fuente de nuestro miedo y enojo.
Si pensáramos que esa fuente está fuera de nosotros, podríamos escribirle cartas cargadas de ira al Congreso o publicarlas en Facebook intentando prohibir las armas, o podríamos juntarnos con otros padres preocupados y armarnos, esperando llegar a estar más armados que aquellos tiradores solitarios que pudiesen algún día quitarnos a nuestros seres queridos.
Si nos encontráramos lo suficientemente perdidos en el remolino de nuestro pensamiento podríamos incluso dejar de ver a las personas que no estuvieran de acuerdo con nosotros como miembros de nuestra familia humana y empezaríamos a ver esa humanidad dividida, como “ellos” o “nosotros” — del lado de los buenos y del lado de los malos.
Cuando olvidamos que incluso el peor pensamiento posible es real únicamente en nuestra imaginación, el mundo puede verse como un lugar aterrador. Y cuando nuestro pensamiento nos ha llevado al punto en que el ruido en nuestra cabeza es tan fuerte que ni siquiera nos podemos escuchar a nosotros mismos pensar, somos capaces de cometer actos horrendos que nunca, jamás, hubiéramos podido considerar en nuestros momentos más sanos, más calmados.
Afortunadamente, no tenemos que ser víctimas de nuestro pensar. Si bien el pensamiento tiene el poder de crear cualquier posibilidad, no tiene el poder de llevar cualquier posibilidad a la realidad. Sólo nosotros podemos hacer eso, cuando hablamos un pensamiento y lo actuamos en el mundo. Por sí mismos, los pensamientos son majestuosamente impotentes, llenos de sonido y furia, pero significando nada.
Borrar toda una vida de ruido sólo toma un momento de silencio. Una pausa en el embate de pensamientos y el enojo y el miedo que lo acompañan permite que nuestra sabiduría innata vuelva, como el sol apareciendo a través de las nubes en una representación artística de Dios. Podemos cambiar de opinión en cualquier momento. Podemos ver más allá del ruido del pensamiento y el sentimiento y ver algo nuevo, y en ese momento de revelación, nuestras viejas ideas se borran como gis en un pizarrón.
Como sociedad, así es como resolvemos las paradojas aparentes de la seguridad individual y comunitaria. Como padres, así es como aprendemos a lidiar con el querer mantener a nuestros hijos cerca y el verlos crecer alas y volar libres. Como individuos, así es como aprendemos a vivir tanto lo inevitable de la muerte como la posibilidad infinita de la vida.
Lo que sucedió en Sandy Hook no necesitaba ocurrir, pero ocurrió. No podemos volver en el tiempo y prevenirlo, pero podemos mirar hacia adelante y prevenir que algo similar vuelva a pasar. No lo lograremos atrincherándonos aún más en nuestro pensamiento actual, buscando cada vez mejores argumentos que defiendan nuestra solución por sobre la de otros. No lo lograremos ahogándonos en nuestros sentimientos de desesperanza y desesperación, por más reales y sobrecogedores que resulten estos sentimientos mientras estemos en ellos.
“¿Cómo puede un Dios amoroso permitir esto?” es una pregunta que ha plagado tanto a los creyentes como a los que quisieran serlo, a lo largo del tiempo. No importa con qué fuerza oremos, pareciera que no podemos prevenir la violencia únicamente a través de la fe. En mi caso, he encontrado consuelo en la paradoja que Marianne Wilson presenta sobre Dios:
“Dios nos ha escuchado. Ha mandado ayuda. Te ha mandado a ti.”
El futuro cambiará una persona a la vez y un pensamiento a la vez. No puedes hacer que un niño vuelva, pero puedes hacer que la esperanza vuelva en un niño. Puedes enseñar amor a aquellos que han crecido con odio y puedes ofrecer un oasis de amabilidad y en desierto de crueldad. Puedes aprender más acerca de la naturaleza del pensamiento y el sentimiento, y la sabiduría profunda que nos guía cuando nos permitimos un corazón abierto, aún cuando sentimos que se va a romper en mil pedazos.
Lo que se rompe nunca es nuestro corazón — es la coraza que se ha formado a su alrededor. Y cuando esa coraza se rompe, nuestros corazones se unen con los corazones de otros y aprendemos lo que es amar y ser a amado a otro nivel.
Sobre todo, la próxima vez que veas un joven que parece perdido, confundido y que está intentando encontrar su camino, no lo ignores y no le des la espalda. Sin tu luz, será mucho más difícil para ellos encontrar el camino de vuelta a casa.
En momentos como éste, cuestiono si es que mi esperanza en la humanidad se ha vuelto ingenua. Cuestiono qué más podría o debería hacer. Rezo por el bienestar de las familias que perdieron a sus seres queridos y por la seguridad de mi propio hijo, estudiando en una universidad a sólo 70 millas de donde tuvo lugar este último tiroteo.
Afortunadamente, reconozco los sentimientos de inseguridad y desesperanza que me invaden cuando sigo ese tren de pensamiento. Nunca me han acercado a la paz, ni siquiera un poco. Nunca me hay ayudado a ayudar a otro. Así que sólo por hoy, y sólo por este momento, escojo el amor. Escojo la esperanza. Escojo hacer la diferencia que pueda hacer y no perder el sueño por lo que no pueda hacer. Escojo seguir la voz de la compasión en mi interior hacia donde sea que me guíe.
Con todo mi amor,
Michael